El Hipódromo de Constantinopla

No podía haber una ciudad romana de cierto fuste sin hipódromo y la que llegó a ser capital del imperio en sustitución de la mismísima Roma tuvo uno que verdaderamente hizo honor a su grandeza. Actualmente es la plaza de Sultanahmet y aunque la presencia de la Mezquita Azul parece eclipsar todo lo demás, los visitantes pueden admirar los restos del que fue el centro de la vida social de la ciudad y que todavía alberga algunas muestras de su esplendoroso pasado. Entre ellas, el monumento más antiguo de Estambul, el obelisco egipcio traído desde Luxor que tiene 3500 años.
El Hipódromo era una fabulosa instalación que podía acoger a cien mil personas y el palco imperial se comunicaba directamente con el Gran Palacio. Tenía unos 450 metros de largo y las carreras de cuadrigas eran tan populares que la ciudad se dividía en dos bandos, los verdes y los azules, cuya rivalidad se extendía al terreno político e incluso al religioso. Decorando el hipódromo había una imponente cuadriga de bronce que fue robada por los cruzados venecianos en el saqueo de Constantinopla de 1254, años después los caballos se pusieron en la Catedral de San Marcos. Hay otros tres monumentos que sí han llegado hasta nuestros días, aunque en diferente estado de conservación, se trata del obelisco egipcio, la columna de las serpientes y el obelisco de Constantino.
El obelisco egipcio fue construido en la lejana Luxor por el faraón Tutmosis III y sus jeroglíficos relatan una victoria egipcia junto al río Eufrates en 1450 AC. El monumento fue trasladado desde el templo de Karnak hasta Alejandría y siglos después el emperador Teodosio el Grande lo hizo llevar al Hipódromo de Constantinopla. Tenía un gemelo que también fue retirado de su ubicación original y hoy se conoce como el Obelisco Lateranense y es el más alto de Roma. Sólo se conserva un tercio del obelisco y está colocado sobre un pedestal con bajorrelieves bizantinos. La parte superior está hecha de granito rojo de Asuan y está en mucho mejor estado que el pedestal de mármol a pesar de tener casi 2000 años mas.
La columna de las serpientes también es un elemento mucho más antiguo que el propio Hipódromo. Formaba parte de un monumento que los griegos ofrecieron al dios Apolo tras su victoria en la batalla de Platea contra los persas. Representando a tres serpientes entrelazadas, la columna simbolizaba la unión de las ciudades griegas para enfrentarse al invasor. Inicialmente estuvo colocada en Delfos y allí permaneció durante 800 años hasta que el emperador Constantino el Grande la mandó trasladar en el año 324. Actualmente solo se conserva la base de la columna y también podemos ver parte de una de las tres cabezas de serpiente originales en el museo arqueológico de Estambul.
En el otro extremo del Hipódromo encontramos el último monumento de la época bizantina que se conserva, es el obelisco de Constantino. No se conoce la fecha de su construcción pero en el siglo X el emperador Constantino VII lo mandó restaurar y se cubrió con placas de bronce. En el saqueo de la ciudad durante la Cuarta Cruzada robaron las placas y el interior quedó nuevamente al descubierto. Durante la época otomana, los jóvenes jenízaros escalaban el obelisco para exhibir su preparación y ello deterioró aun mas el monumento.
El cuarto monumento que podemos admirar en el Hipódromo es la fuente alemana, entregada a la ciudad por el Kaiser Guillermo II en agradecimiento por las atenciones recibidas durante su visita a Estambul en 1985. La fuente se construyó en Alemania y después fue trasladada pieza a pieza hasta su actual ubicación. Es un mirador con ocho columnas de mármol y una cúpula con mosaicos dorados en su interior.
El Hipódromo es hoy una amplia plaza cerrada al tráfico conocida por todos los turistas de la ciudad. Si visitamos Estambul durante el mes de Ramadán, encontraremos el lugar lleno de puestos de comida que se llena de gente al atardecer para celebrar el iftar, la cena con la que rompen el ayuno diario. Durante el resto del año también hay terrazas en las que podemos sentarnos a tomar algo y hacer un alto en el ajetreo de nuestra visita.